Fusilamiento de Torrijos (Antonio Gisbert)
Al quedar al descubierto las vergüenzas de la impostura neoliberal, parece que el pensamiento de
izquierdas se rearma. Tras denunciar en Chavs
(poligonero, cani, choni…) el desprecio de
las “clases aseadas” respecto al precariado creciente, el
jovencísimo Owen Jones
desenmascara los métodos de la clase
dirigente político-financiera en The Establishment. En Reino Unido y en
la globalidad se cuecen habas, a calderadas por aquí. Nosotros, gracias a los Católicos Reyes, tenemos el establishment
más antiguo de
Europa; del flirteo entre los nobles y el ponero estado monárquico depurado de “infieles” llegó el alumbramiento
de un régimen señorial que duró hasta la Modernidad. Los intentos por contrarrestarlo fueron cruelmente
reprimidos: rebelión comunera, Fernando
VII desactivando “la Pepa”, los Cien Mil Hijos de San Luis, ejecuciones
de Torrijos, Mariana Pineda…; cuando su ascenso
al poder nos metió tardíamente en la Modernidad, la burguesía se sumó a ese ciclo represor aliándose con los militares (y sus periódicas asonadas) para mantener el orden y al emergente proletariado
a raya. La Restauración borbónica de 1874, que fue propiciada por otra
asonada castrense, refrendó esas interesadas
alianzas en el marco de una monarquía parlamentaria de alternancia bipartidista (conservadores y
liberales) y con los derechos del pueblo en el limbo. De nuevo las subversiones
fueron contundentemente abortadas por las fuerzas del orden al servicio de un Estado
controlado por terratenientes, alto clero y burguesía. Pero los movimientos populares -socialistas, comunistas y
anarquistas- ya habían cristalizado y
su empoderamiento, con el apoyo de la burguesía ilustrada, abrió paso a la II República en 1931. El nuevo régimen reflejó el pulso entre las
oligarquías y la ciudadanía ansiosa de cambios sociales y democráticos, pero, cuando esta pareció ganar la partida con el triunfo electoral
del Frente Popular en 1936, irrumpió Franco para restaurar el orden sacrosanto a través de una “planificada campaña de exterminio” (Preston dixit).
Las “fuerzas fácticas” disfrutaron de un
ambiente propicio durante los “cuarenta años de paz” del franquismo para hacer florecer
haciendas y negocios, en algunos casos a costa del sudor de los presos
republicanos. La Segunda Restauración Borbónica de Juan Carlos
I preservó la continuidad de
esa clase dominante, se neutralizó la izquierda –gracias a Carrillo
y a Felipe González- y, con la
ayuda de D’Hont, se reeditó el bipartidismo decimonónico en el marco de una constitución que deja igualmente los derechos de los
españoles en el limbo. A
las oligarquías de siempre se
han ido sumando distintas oleadas de políticos (clase senatorial) que defienden este estatus a cambio de
participar en puertas giratorias o en la cleptocracia organizada. Todo parecía irles bien hasta que la crisis económica, provocada por su avaricia, ha
desvelado el inmenso entramado de corrupción que va desde la Corona hasta el alcalde de aldea, poniendo de
manifiesto las inmundicias del sistema político. La ciudadanía está despertando y no
se conforma con cambios cosméticos (un rey y un
líder de la oposición más joven y telegénico), sino que parece
entender que se requiere un cambio del establishment.
La izquierda altersistémica, si logra ser
empoderada democráticamente por la
ciudadanía, tiene la llave.
Pero el régimen se defiende y
ataca para perpetuarse en una bunkerización que recuerda a la del franquismo, aunque esta vez recibe
interesados espaldarazos desde el imperio neoliberal de Bruselas/Berlín. ¿Será posible esta vez
romper el maleficio ibérico y canalizar la
voluntad democrática de los
ciudadanos sobre los intereses de las oligarquías dirigentes? Nuestra historia nos enseña que debemos moderar el optimismo y estar alerta.