Estamos sufriendo
las siete plagas que van a dar al traste con el régimen del 78. La ira del pueblo (El País dixit) se ha encarnado
en Podemos y sopla con furia, sin descanso. El temor está cambiando de bando hacia unos pocos que
tienen mucho que perder. Pero el vendaval tiene que alcanzar una descomunal
potencia para erradicar toda la miseria e inmundicia que se han ido acumulando
en este país merced a las
oligarquías vampíricas que se han ido sucediendo. Ellas
dejaron pasar todos los trenes de la modernidad en su provecho, ellas montaron
los sucesivos regímenes políticos, crueles unos, de apariencia democrática los menos. El último simulacro, el lampedusiano juego de
la Transición: apariencia de
cambio para que los que realmente mandan siguieran allí y, de paso, los verdugos y asesinos
murieran en su cama mientras sus víctimas yacían sin ser llorados
en las cunetas. Pacto desigual de los vencedores que dejaban participar en el
convite de libertad vigilada a una izquierda que luego domesticaron, la de
Felipe el giratorio, bendecido por Washington y Berlín. Así nos dejaron entrar
en la EuroTierra de Promisión después de haber desmantelado la industria y la
agricultura para no hacer peligrar el dominio francoalemán y convertirnos en reserva turística. Ahora Europa se ha convertido en
vampira con acento teutón mientras nuestro
desmantelamiento es total con la colaboración del gobierno más inepto y miserable.
Y en esto llegó la profecía (15M) y finalmente la ira ciudadana.
No nos engañemos, ese huracán sanador no solo tiene que barrer la
mafia políticofinanciera
dominante, también arrancar las raíces de un mal muy arraigado en los
comportamientos adquiridos de los españoles. Las conductas fraguadas durante la larga noche del
franquismo han continuado en los nuevos próceres democráticos:
autoritarismo, prepotencia, prevaricaciones, enchufismos y endogamias, lucro a
partir del cargo, etc. Y eso ha afectado a muchos servidores públicos de responsabilidad inferior tanto como
al tejido empresarial. Eso explica nuestra baja productividad en todos los
frentes (también el científico), la endogamia de nuestros tejidos
sociales, el desprecio de la excelencia, el machismo, el despilfarro, la falta
de respeto a la naturaleza y a los animales, así como las pequeñas corrupciones de
cada día. Es verdad que
tenemos una herencia inquietante que viene de Roma y ha sido moldeada por el
catolicismo indolente, pero me niego a pensar que sea determinista, que el español tenga el ADN del lazarillo de Tormes.
Todo es cultura y la cultura política se conforma con leyes, educación y civismo. El vendaval regenerador tiene que acabar con esos
usos y costumbres heredados de los paterfamilias,
el cardenal Cisneros y las cacerías franquistas para alumbrar otros fundamentados en los
comportamientos democráticos, honestos,
excelentes, cívicos, solidarios,
ecológicos, nada
machistas ni endogámicos… Los dos aliados de ese reto son las
leyes -la ley antitabaco y la de tráfico han demostrado hasta qué punto comportamientos incívicos se reconducen aquí- y la educación. Pero las leyes no
podrán ser operativas sin
el previo desmontaje del tinglado mafioso de compadreo entre poder económico y político, y para ello se requiere previamente desalojar a los protagonistas
de la corrupción sistémica: no valen medidas cosméticas, el delincuente no puede perseguir
el delito. Tampoco basta con cambiar a la cabeza visible, como ha hecho el PSOE
colocando a un mascarón telegénico controlado por la “hija de un fontanero” que a su vez colocaron los presuntos
fontaneros de los ERE. El tejido está infectado y requiere una regeneración total… Un cambio de régimen que tiene que protagonizar democráticamente la ciudadanía. Para eso están las urnas, que van apuntando en esa dirección... Luego, a través de un proceso constituyente, vendrán las leyes y el cumplimiento de los
programas de regeneración, blindando los
derechos sociales (educación y sanidad) y
garantizando una participación democrática continuada y efectiva que fiscalice muy
de cerca a los dirigentes con mecanismos revocatorios. Solo así, sin olvidar una reforma fiscal
equitativa, España pasará de ser Corruptópolis a una democracia de alta intensidad.
Aunque para alcanzar
esa Tierra de Promisión los privilegiados
tienen que ceder lo que no cedieron en la Transición y los verdugos franquistas (como Martín Villa, del PP, o el suegro de Gallardón) tienen que pagar. Entre tanto los partidarios de este
latrocinio sistémico seguirán atacando con el grueso calibre del
miedo, siempre en nombre de la preservación de nuestro sistema de libertades, a los que lo amenazan con “populismos, radicalismos, chavismos”… Me temo que la ciudadanía indignada no se traga estas milongas y
por eso aquellos se van poniendo más nerviosos… Aunque resulte
paradójico, el cambio
cuenta con dos aliados importantes, Pedro Sánchez y, sobre todo, Don Tancredo Rajoy, ellos garantizan que sus
partidos sigan apuntalando la “casta” y, por ello, una
mayoría creciente de
ciudadanos despiertos y responsables les irá abandonando con ira. La ira divina y las siete plagas auguraban
en el Éxodo bíblico “una tierra donde mana leche y miel”… Decía Salvador de
Madariaga que, “de todas las
historias, la de España es la más triste, porque acaba mal”. A ver si podemos conjurar esa maldición.